El presidente del Grupo Lezama reivindica en Pozuelo la formación como herramienta de transformación social

La Taberna Alabardero de Pozuelo acogió recientemente una entrevista con Jon Urrutia Palacio, presidente ejecutivo de la Fundación Iruaritz Lezama y máximo responsable del Grupo Lezama, un proyecto con medio siglo de historia que aúna formación, hostelería y compromiso social inspirado por la figura del sacerdote Luis de Lezama. En un entorno marcado por la vocación de servicio y la calidad en el trato, Urrutia repasó los orígenes del grupo, los valores que lo han guiado desde sus inicios y los retos a los que se enfrenta en el presente.
Durante la conversación, Urrutia rememoró cómo el sacerdote vasco fundó el primer restaurante con una triple finalidad: ofrecer una salida laboral a jóvenes en riesgo de exclusión, generar recursos para sostener el proyecto y formar en valores desde la vida cotidiana. El modelo no tardó en expandirse, primero hacia Andalucía, con la apertura de la Taberna del Alabardero en Puerto Banús, y después con la creación de la Escuela de Hostelería de Sevilla, institución que a día de hoy goza de prestigio internacional y ha formado a cocineros de renombre.
El presidente del Grupo Lezama destacó que la sostenibilidad económica nunca ha estado reñida con la misión educativa del grupo. Los beneficios generados se reinvierten en nuevos proyectos, en lugar de repartirse, y se gestiona con un control estricto y visión a largo plazo. En palabras de Urrutia, la clave está en la profesionalidad sin renunciar al carisma fundacional: fe, humanismo cristiano y acompañamiento personal como elementos transformadores de vidas.
La Fundación, nacida para preservar el legado de Luis de Lezama y separar la actividad empresarial de la misión social, asume hoy un papel central. Bajo su paraguas se desarrollan proyectos como el Colegio Santa María la Blanca, en Montecarmelo, y la propia Escuela de Hostelería de Sevilla, ambos comprometidos con el desarrollo integral de la persona y la promoción de una cultura del esfuerzo, la responsabilidad y la excelencia.
Urrutia subrayó que el proyecto formativo no impone convicciones religiosas, pero sí se inspira en una visión profundamente cristiana del ser humano. La espiritualidad se transmite a través del ejemplo, del trabajo bien hecho y del cuidado de cada joven. “Luis jamás obligó a nadie a ir a misa, pero su vida era en sí misma una forma de evangelización”, explicó. Esa combinación de afecto y exigencia es, según el presidente, lo que logra reenganchar a tantos jóvenes alejados del sistema educativo.
Además de los proyectos nacionales, el Grupo Lezama mantiene activa la Taberna del Alabardero de Washington, donde numerosos jóvenes españoles han podido trabajar y formarse, llevando consigo no solo la gastronomía nacional, sino también una forma distinta de entender el emprendimiento y el servicio. Urrutia ve en este modelo una muestra de cómo es posible combinar misión social con presencia internacional, sin perder el sentido último del proyecto.
Con la reciente pérdida de Luis de Lezama, el desafío principal es mantener su espíritu vivo y proyectarlo hacia el futuro. Jon Urrutia, que conoce el proyecto desde dentro, se propone consolidar el legado, abrir nuevas oportunidades laborales y mantener el colegio como referencia educativa. Todo ello desde una visión exigente, humanista y profundamente enraizada en la dignidad de cada persona.
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