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África Sánchez o el sueño roto de cenicienta

África Sánchez o el sueño roto de cenicienta

Andaba yo, hace unos días, comprando el periódico en el kiosco de prensa de El Pardo y charlando con la gente del lugar cuando recibí un 'guasap' de mi abogado en la que me decía: “Hemos ganado, Capi”. Como el 'guasap' es gratis yo le contesté: “¿Y cuánto pagan?”. Inocente de mí, pensaba en una Bonoloto que habíamos echado la semana anterior por aquello de intentar salir de pobre.


No era así. Mi gozo en un pozo. No habíamos ganado la Bonoloto sino el Juicio de Faltas en el que me había metido África Sánchez. O mejor, la abogada de África Sánchez. Y debo reconocer que me quedé como estaba. Cero grados. Ni frío ni calor. El juicio me había resultado tan patético que prefería olvidarlo. Porque patético fue ver la actuación tan poco profesional de la abogada de la señora Sánchez y lo perdida que se encontraba la propia señora Sánchez. La ex concejala de Pozuelo estaba en la Sala de la Vistas más perdida que El Olvidable en La Finca. Como sería la cosa que ni siquiera sabían de qué me acusaban cuando se lo preguntó el juez. Al final decidieron que por escribir “un par de razones de peso” en aquel simpático artículo titulado “La Perejil”. Acojonante. ¿Y qué quieren que les diga ante semejante simpleza? Supongo que ya habrán leído la sentencia.

No me interesa África Sánchez. No es más que una buena chica que aspiró, en plan cenicienta, a ser una princesa pero tuvo la mala suerte de no oír, confundida en medio del oropel, las campanadas de medianoche. Después, una pésima abogada la lió para que hiciera el ridículo. Y eso, en el fondo, me produce una cierta ternura. Porque, en definitiva, lo suyo fue el sueño roto de cenicienta.

De verdad, no me interesa África Sánchez. Para nada. Y menos como persona. Ahora ando en otros asuntos y como únicamente me interesa es como personaje.

Y es que, ya prejubilado y para entretenerme, estoy a punto de empezar a escribir una novela sobre una época maravillosa, periodísticamente hablando, de Pozuelo de Alarcón. Se llamará El árbol en el que se ahorcó un tipo llamado Gürtell’ y la cosa va, tras ardua investigación, de los tejemanejes que hubo en este maravilloso pueblo en la época de El Olvidable. Todo, por supuesto, ficticio aunque verosímil. Porque en ese tiempo, en este bendito pueblo, hubo de todo noveleramente hablando. Hubo corrupción, ambición de poder, traiciones, amores honestos, amores deshonestos, dinero negro, ostentación blanca, inversiones raras, compras extrañas… De todo. Y, por supuesto, sexo. Como en las novelas de Harold Robbins. Incluso, hubo un muerto. El tipo que se ahorcó en el fastuoso árbol del Parque de las Cárcavas. Sin duda, una época gloriosa para escribirla.

Por supuesto, debo reconocer que en la novela aparecerá África Sánchez. Con nombre ficticio, claro. Y su amiga Yolanda. También con nombre ficticio, aunque más reconocible. Yoly era mi perdición. Lo tenía todo para haber llegado a tocar el cielo con los dedos. Y Nacho de Costa. Qué bonito te quedó El Valle de las Cañas, tío. Y Mariano Pérez-Hickman, al que definí en aquella inolvidable Galería de concejales como “El Ratón Colorao”. Y tantos y tantos otros personajes de la época que ahora no recuerdo sus nombres. Pero, insisto, que nadie se alarme porque sólo será una novela. Basada en hechos reales, pero novela a fin de cuentas. Un poco como la vida real de África Sánchez.

Su abogada, en un desesperado intento de liar al juez, me acusó también durante la vista de haberme cargado la carrera política de la señora concejala. Y también debo reconocer que, en aquel momento, no supe si descojonarme o echarme a llorar. No hice nada. Daba igual. Además, el juez era de un quisquilloso subido.

Al salir del juzgado, me enteré que África anda ahora trabajando de secretaria en el Congreso de los Diputados. Y la verdad es que me alivié. Su carrera no se había hundido, definitivamente, por mi culpa. Aunque me temo que la pobre debe estar sufriendo. Desgraciadamente, en esa zona no es fácil aparcar coches grandes y, posiblemente, la señora Sánchez, ante esa fatalidad, tenga que ir al Parlamento en transporte público, lo que no deja de ser algo muy vulgar.

Capitán Possuelo


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