Pero no. Dos horas más tarde aquella chiquillería había desaparecido en su mayor parte para dar paso a jóvenes no mucho mayores, pero todos ellos con edad para ir a la cárcel. Normalidad absoluta. Mucho botellón, mucha bolsa de supermercado llena de güisqui y coca-cola, algún que otro coche con el maletero levantando y la música a todo tren, pero nada más.
Aquello ofrecía un espectáculo distinto al que pude ver en Pozuelo la noche de la ya famosa batalla. La madrugada de Pozuelo prometía. Niños de 13 años, borrachos perdidos, muy perjudicados, hacían gala de una falta de educación y pudor realmente llamativos. Lo del pudor lo digo por las escenas sexuales más o menos explícitas que protagonizaban algunos de esos mocosos en plena calle. Sí, no soy un puritano, pero es que hasta los gemidos se oían paseando por la acera. Claro, con ese caldo de cultivo, jugando a ser mayores, pero sin un dedo de frente, cuando poco etílico cabía ya en el estómago de algunos, se armó lo que todos conocemos.
Pero yo no pienso que ese haya sido el único problema. En aras de la brevedad, sin pararme en consideraciones sociológicas que estos días están haciendo correr ríos de tinta, voy a enumerar lo que considero como principales causas de lo que algunos ya han bautizado como la pijo-borroka:
Nadie se atreve a aportar una solución. Tampoco los socialistas que, como siempre han aprovechado para sacar tajada. Critican ahora el botellón cuando siempre se han caracterizado por ser sus mayores defensores con el fin de coleguear con sus posibles votantes jóvenes.
Habrá que plantearse si lo
mejor es prohibir el botellón o impedir que los menores beban, emplazar la
macrodiscoteca en el centro o llevársela a las afueras, que el Camino de las
Huertas sea un inmenso macro-botellón o tenerlo más controlado en un recinto
ferial... . En fin, es momento de sacar conclusiones, con tiempo por delante. No
vaya a ser que, de nuevo, nos vuelva a pillar el toro, querido Alcalde.
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