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No es lo mismo

No es lo mismo


Sobre el matrimonio homosexual

En estos días vuelve a debatirse en diversos foros la ley del llamado matrimonio homosexual. Este fin de semana el Congreso Nacional del Partido Popular debatirá en Sevilla una ponencia sobre el tema.

El Tribunal Constitucional tiene que pronunciarse sobre un texto jurídico que en 2005 aprobó el gobierno socialista, y que legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo. El Partido Popular presentó entonces un recurso de inconstitucionalidad contra esa norma por vulnerar siete artículos de la Carta Magna. El partido actualmente en el gobierno plantea que para regular las uniones entre homosexuales se busque una fórmula deunión civil alternativa al matrimonio, a la manera de países de nuestro entorno como Alemania, Francia o Reino Unido.

Los defensores de la ideología de género (que consideran el sexo una construcción sociocultural) estiman que la exclusión de los homosexuales del matrimonio constituye una discriminación insufrible. Sin embargo, la doctrina del Tribunal Constitucional sobre el principio de igualdad jurídica concluye que "no toda desigualdad de trato cabe entenderse constitucionalmente inadmisible, ni cabe reputarse discriminatoria". Una tesis que no priva a los homosexuales del respeto y afecto que merece toda persona humana. Por otra parte, muchos gais y lesbianas no se ven reflejados en esa ley ni en otras manifestaciones hechas por los partidarios de la ideología de género, como se desprende de las estadísticas de bodas homosexuales (sólo representan un 2% del total anual de uniones heterosexuales desde el año en que se aprobó la ley).

¿Debe el Estado ser neutral?

Los partidarios de aplicar el término matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo sostienen que el Estado no puede privilegiar una u otra manera de entender la familia, sino que debe ser neutral y reconocer a todos los ciudadanos como iguales ante la ley. Sin embargo, da la impresión de que tal argumentación no es más que una cortina de humo, que el debate está viciado y no se está apuntando a lo esencial, pues esgrimir la libertad de elección y la no discriminación como justificación para obtener el derecho a casarse con alguien del mismo sexo no parece un motivo suficiente. Pues como señala Michael Sandel, "si el Estado fuese neutral de verdad en lo que se refiere al valor moral de toda relación íntima voluntaria, no habría razón alguna para que limitase el matrimonio a dos personas; las uniones polígamas con libre consentimiento de los contrayentes valdrían también. Más aún, si el Estado de verdad quisiera ser neutral y respetar cualquier elección que los individuos hiciesen, tendría que dejar de conferir reconocimiento a los matrimonios, sean como sean".

Este debate, más bien deja entrever lo que exponía el viejo Aristóteles: que las discusiones sobre la justicia y los derechos son, frecuentemente, controversias sobre la naturaleza de alguna institución social, los bienes que protege y las virtudes que defiende. Por tanto, para centrar el debate sobre los argumentos a favor o en contra del matrimonio homosexual hemos de pensar en la finalidad del mismo y en sus cualidades esenciales. Y esto nos aboca al terreno antropológico, donde no se puede permanecer neutral ante planteamientos antagónicos sobre la naturaleza humana.

¿Qué es un matrimonio?

Aunque el actual diccionario de la Real Academia Española define matrimonio como la "unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales", los seguidores de la ideología de género proclaman que no hay diferencia alguna entre el matrimonio heterosexual y las uniones homosexuales, pues en ambos hay amor, sexo e hijos. Una afirmación supuestamente lógica y sensata, sobre todo para los que somos herederos de los avatares de mayo del 68 y la revolución sexual posterior. A partir de entonces, vivimos inmersos en los cambios provocados por la introducción de la técnica en la vida íntima de las personas. Los métodos anticonceptivos y las tecnologías de inseminación artificial y fecundación in vitro han deconstruido y desarticulado la conexión originaria entre acto sexual y procreación. De tal modo que se ha desdibujado la esencia del matrimonio; sin esta labor de demolición serían impensables las proclamas a favor de un matrimonio homosexual.

Sin embargo, toda esta problemática representa tan solo la punta del iceberg, la cara visible de un proceso global al que el sociólogo francés Lipovetsky no vacila en denominar era de la Gran Desorientación. Algo que no deja de resultar llamativo, porque pocas veces en la historia de la humani­dad hemos gozado de tanta información y de fácil acceso a ella; educación para todos, calidad de vida proporcionada por los adelantos científicos y tecnológicos. Y sin embargo, nuestro mundo genera una intensa ansiedad, y una enorme confusión individual y colectiva. Que, además, arroja como resultado una civilización hiperindividualista, narcisista, cada vez más centrada en el hedonismo, el psicologismo y el culto al cuerpo (pero que, paradójicamente, cada vez desconfía más de él y debe recurrir constantemente a lo artificial para mejorarlo).

¿Un mundo feliz?

Y es en esta actitud donde se puede apreciar que la unión homosexual difiere de manera notable de la heterosexual. Todas las parejas homosexuales deben recurrir a un tercero y al imperio tecnológico –y económico– para tener descendencia (no hace falta entrar aquí en el polémico tema del mercado de embriones sobrantes de la fecundación in vitro), cosa que también hacen algunas parejas heterosexuales. Sobre este particular puede resultar ilustrativo recordar lo que nos advierten algunas películas y novelas de ciencia ficción. Nos sitúan en un futuro más o menos cercano en el que el abuso de la ciencia acaba desvirtuando las relaciones humanas fundamentales.

Un ejemplo de ello es la sociedad creada a base de poder biotecnológico que nos presenta Un mundo feliz, de Huxley. En ese idílico futuro, donde está prohibida toda reproducción que no sea artificial, palabras relacionales como familia, padre y madre se consideran obscenas, pues en el universo descrito por esta novela el origen de la persona ya no hace referencia al amor sexuado, sino a la industria biológica. Y como resulta inconveniente que la técnica tenga la última palabra sobre el origen de alguien, se intenta disimular tal injusticia mediante la negación de las palabras relacionales, aquellas que nos definen personalmente y hacen referencia a nuestro origen. Si se destierran los vocablos padre, madre o familia, con el tiempo, nadie los echará de menos.

Ecología sexual

Pero no hace falta trasladarse a un futuro más o menos hipotético, pues en la cuestión que nos ocupa, España se convirtió en uno de los pocos países que modificó radicalmente el Código Civil eliminando el concepto de 'hombre' y 'mujer', sustituyéndolos por el de 'cónyuges', y el de 'padre' y 'madre', por el de 'progenitores'. De esta manera, el varón y la mujer dejaban de ser los elementos constitutivos y distintivos del único ámbito en el que el origen de una persona es consecuencia natural del amor sexuado, sin intromisión de terceros.

La propuesta del Partido Popular debería ser la de transformar la actual ley del matrimonio homosexual en otra que permita a las personas del mismo sexo que quieran vivir juntas optar por una unión civil, sin equipararla al matrimonio. Reservar el nombre de matrimonio para las uniones heterosexuales sería, simple y llanamente, una especie de defensa ecológica del único encuentro personal que previsiblemente puede ser fecundo por sí mismo.

Juan José Muñoz

Profesor universitario de Antropología y Crítica de cine

* Este diario no asume como propias las opiniones de sus colaboradores ni de las cartas al director

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