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«Pozuelo quedó devastado y desierto durante la Guerra Civil»

 

Gorka Garmendia, a sus 36 años, ha cumplido un sueño: introducir su novela ‘Las lágrimas de San Lorenzo’ en el panorama literario nacional.


Este vecino de Pozuelo ha construido un relato centrado en la Guerra Civil española y en las vivencias de sus protagonistas durante las diferentes fases del conflicto, algunas de ellas ambientadas en Pozuelo. Aunque reconoce que el relato nace de su propia imaginación, la intriga que envuelve a la novela, plagada de referencias históricas, le ha permitido vender 500 ejemplares, una cifra «ridícula para los escritores consagrados» según reconoce, pero que colma sus expectativas.

Esta buena acogida de su primer trabajo ha animado a Gorka a embarcarse en la segunda entrega que, según adelantó a Diario de Pozuelo, saldrá publicada antes del próximo verano. Un relato que hablará de la emigración y los recuerdos que marcaron el final de la Guerra Civil y que relatará los avatares de los personajes hasta la actualidad.


¿Existe alguna diferencia entre cómo se vivió el estallido de la Guerra Civil en Pozuelo y Madrid?

Sí. Pozuelo era un pueblo pequeño en el que había muchos veraneantes y sus habitantes apenas ascendían a las 2.000 - 3.000 personas. Al estallar la guerra, muy pronto se situó en la línea del frente, de manera que tuvo que ser evacuado. Mucha gente huyó a Madrid, otros escaparon a otros pueblos de la Sierra... Pozuelo quedó devastado y desierto a los tres o cuatro meses de comenzar la guerra. Sin embargo, Madrid resistió hasta el final del conflicto, tres años después.  

En la conclusión del libro reconoces que el relato nace de tu propia imaginación, sin ningún deseo de convertirse en un documento histórico. Pero, ¿de dónde nacieron personajes tan entrañables como el viejo Heliodoro o tan carismáticos como Libertad?

De mi imaginación. El contexto histórico es real. De hecho, algunos acontecimientos que se describen están contrastados históricamente con datos, pero la novela es ficticia. Todos los personajes están inventados, no me he basado en nadie más que en lo que se me iba ocurriendo y he procurado huir de los estereotipos, de los buenos y de los malos, así como de los arquetipos de personajes que pueda haber en una novela más convencional. He procurado ir dibujando un perfil especial con todos los elementos que se me iban ocurriendo. 

El odio recíproco entre el bando nacional y las milicias republicanas aparece a lo largo de todo el relato. Sin embargo, Andrés, uno de los personajes de ‘Las lágrimas de San Lorenzo’, comenta a Esteban que entre ambos bandos se producen intercambios de tabaco e incluso, partidos de fútbol. ¿Esa situación tiene una base histórica?

Es absolutamente cierto. El tema del tabaco es curioso, ya que en un bando [en el nacional] estaba la planta del tabaco y en el otro [el republicano], las fábricas de papel para hacer los cigarrillos. De manera que o se ponían de acuerdo o no fumaba nadie. Y eso existió no sólo con el tabaco. Los partidos de fútbol que se jugaban cuando remitía la batalla diaria también son verídicos. ¡Si es que había familiares a ambos lados de las trincheras!

Entonces, ¿la guerra se basó en un odio superficial?

El odio no era superficial. Era muy profundo y venía de muchos años atrás. Estos episodios que he tratado de reflejar para desdramatizar en cierto modo la guerra son muy puntuales, no se pueden generalizar.  

Otro pasaje contradictorio aparece con las violaciones sistemáticas cometidas por los moros, combatientes del bando nacional, cuyos principios morales se oponían a la ortodoxia propugnada por el general Franco.

Sí, ésa es una contradicción dentro del bando nacional. Seguro que también las había del lado republicano. Aquí nadie era santo. Las violaciones y las vejaciones que solían hacer los soldados moros están ahí, todo el mundo las sabe, en cualquier documento de historia está reflejado. Desde el bando republicano se cometerían las mismas atrocidades o peores, pero sí que es verdad que entran un poco en contradicción con el espíritu del bando nacional, con esa mayor pulcritud, con esa mayor religiosidad, con esa espiritualidad, pero en una guerra vale todo. Seguramente que los mandos nacionales tampoco le darían mayor importancia si conseguían sus objetivos militares. 

¿La muerte en una situación como la vivida en la Guerra Civil española puede banalizarse?

Al principio chocaría mucho. En la novela, al principio les llama muchísimo la atención encontrar en Pozuelo el cadáver de un chivato tirado en el suelo. Les parece tremendo. Pero al cabo de meses de estar escuchando obuses, pasar aviones bombardeando Madrid, saltando por los aires la Puerta del Sol, la Gran Vía… Desgraciadamente llega un momento en el que te habitúas a los cadáveres. Llega a convertirse en algo desgraciadamente cotidiano. Por poner un ejemplo, seguramente que en Irak no llame la atención ya ver un muerto en la calle y en España, en aquella época si recorrías la Península, te podías encontrar en cualquier cuneta un cadáver. 

A lo largo del relato, se aprecian continuas alusiones a la importancia de la guerra psicológica. ¿Alcanzó tal importancia como para considerarla un elemento clave en el desenlace de la contienda?

Fue clave porque el bando nacional disponía de las reservas de trigo y tenía más ayuda internacional. En el bando nacional, en general, no se pasó hambre. De manera que, martilleando al bando republicano con el hambre es donde, seguramente, se ganaron muchos adeptos. Se bombardeó con panes Madrid, se cocinaba con el viento hacia las trincheras enemigas, se hacían platos que en el otro lado no podían ni soñar o diversos episodios puntuales en los que, sobre todo atacando al estómago, era la manera de desmoralizar a las tropas republicanas que disponían de muchos menos recursos y comían prácticamente todos los días lentejas. 

En relación a la ayuda internacional, comentas en el libro el apoyo de ciertas embajadas, en concreto citas a la de Finlandia, que cobijaron durante la contienda a diferentes autoridades nacionales. ¿Cómo se explica este episodio?

Son datos reales. Las embajadas tienen, en principio, la obligación de admitir a refugiados políticos, sobre todo si ven que una persona tiene riesgo de vida. En virtud de esa neutralidad, ellos no tenían porqué negarse y además era un terreno inmune. Las personas en peligro utilizaron esa vía de escape dentro de la ciudad. ¿Cómo se explica? Por la diplomacia internacional. No tienen más remedio que admitir a los refugiados. Otra cosa es que en un momento de la guerra más avanzado quisieran ponerle freno o limitarlo porque ya se desbordaba la situación. Pero en un principio no les quedaba más remedio y había cientos de personas en las embajadas de Madrid.

¿Crees que la victoria del General Franco, y el posterior comienzo de la dictadura que impuso, supuso un freno a las reformas iniciadas durante la II República y un retorno a los valores tradicionales?

Indudablemente. Se perdieron todos los avances sociales que se consiguieron con la República tanto en derechos de la mujer como de las minorías y de las clases sociales más bajas, en cuanto a la moralidad sobre todo, ya que la Iglesia reforzó su poder. Sin menoscabo de todos los errores muy graves que cometió la República. No fue el paraíso, ni mucho menos, pero en el plano social, en el plano costumbrista y en el plano de las conquistas sociales fue un retroceso de un siglo. 

¿Cuáles fueron los errores que cometió la II República?

El anticlericalismo, por ejemplo. Dejarle manga ancha a los elementos más radicales de la República, que desataron todo su anticlericalismo, bien cultivado dentro de ellos durante años y machacados que estuvieron por la Iglesia, pero no era la solución quemar iglesias o asesinar monjes.

¿El odio que generó la Guerra Civil desaparece?

Depende de cada caso. Una persona a la que le han matado a los padres o a un hermano difícilmente podrá superarlo. Quizá podrá apartarlo y hacer de tripas corazón, pero siempre lo tendrá ahí. Yo escucho a mis tíos hablar de cómo murió su madre y les queda algo. No están dispuestos a desenterrar ningún conflicto ni a hacer pagar cuentas a nadie, pero el dolor queda allí y se lo llevarán a la tumba.

En una situación tan calamitosa como la que se produjo entre los años 1936 y 1939, ¿existe algún elemento positivo?

No, salvo los pequeños episodios de heroísmo personal, en los que alguien de un bando es capaz de salvar a otro refugiándole en su casa, obviando su afiliación política.

De aquel Pozuelo bélico, ¿pervive algún elemento en la actualidad?

No. Pozuelo es un pueblo absolutamente normal. Estoy encantado con la convivencia que hay en Pozuelo y no tiene nada que ver con esa conflictividad y con esa tensión que se respiraba, ese ruido de sables que se escuchaba y ni mucho menos con la posguerra que debió ser terrible con hambre, sufrimiento, represión y humillación de los derrotados. Pozuelo es un pueblo estupendo para vivir hoy en día. 

Y del Pozuelo anterior a 1936, ¿rescatarías algo?

Poco porque había una oligarquía muy bien acomodada, apoyada en la Iglesia y en la aristocracia, que machacaba a las capas humildes, que trabajaban de sol a sol por un sueldo para sobrevivir. Con lo cual, tampoco lo considero un escenario bonito. Excepto las costumbres, la vida en el campo, la vida en las afueras de la ciudad… Eso sí sería bonito, pero el día a día estaba bastante teñido de dramatismo y de sufrimiento.

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